El virus del miedo

La OMS ha anunciado el fin de la pandemia de gripe A, que dejó 19.000 muertos en todo el mundo, una cifra que sin embargo ahora resulta insignificante en comparación con las 500.000 muertes por gripe común o el millón de vidas que se cobra cada año la malaria. Se acabó el pánico de antaño, cuando el mundo se venía abajo mientras la industria farmacéutica hacía caja. Ahora que no hay peligro, en España tenemos que tirar a la basura los 266 millones que el Gobierno se gastó en los 37 millones de vacunas, de las cuales tan sólo se utilizaron 3 millones, en medio de una crisis que no termina de remontar.

Pero la gripe A no fue nada. Se avecina un virus todavía mayor y silencioso, lo que hace que aún sea más peligroso, que amenaza septiembre como cada año aunque éste se antoja peor. Dentro de unas semanas recibiremos datos desoladores en la primera página de los periódicos y telediarios; cifras de los muertos en carretera, el porcentaje de aumento de los divorcios y la previsible subida del paro en un mes en el que se terminan muchos contratos temporales.

Se dice hay un nuevo virus, del que nadie habla en voz alta pero que todo el mundo conoce. Hace unos años que, poco a poco y sin darnos cuenta, venimos escuchando que la depresión es la epidemia del siglo XXI. Con éste, sin embargo, no interesa alarmar demasiado para alargar el beneficio lo máximo posible. Una vez más, la industria farmacéutica se encarga, cómo no, de suministrar el remedio a través de antidepresivos y otros fármacos que recetan los psiquiatras, no sin antes la cita previa de rigor con el psicólogo, esa persona que actúa como el amigo de toda la vida que te escucha con la diferencia que éste mira el reloj sin vergüenza, cobra y te deriva al médico que te abre el camino a la farmacia.

Tengo la impresión de que en realidad la depresión no existe, que es sólo un problema que se inventó y con él, la medicación supuestamente adecuada para combatirlo –como la gripe A-, cuando en realidad la epidemia del siglo XXI no es más que el chollo de los mismos de siempre. Ya digo que sólo es una impresión, aunque quizás es cierto que existe la depresión y el virus se filtra en el organismo a través de la tinta de los tatuajes, el moreno de los rayos uva cuando desaparece, las letras de los libros que leemos o las tonterías que escuchamos a diario en muchos programas de la televisión..

No obstante, de un tiempo a esta parte se han perdido los valores tradicionales, así como la educación y el respeto por las personas, sobre todo por parte de la juventud. Las ciudades se hacen más grandes y cada vez hay más gente sola; la televisión ejerce de ansiolítico a los que se resisten a caer en la tentación farmacéutica, o quienes no pueden permitirse las costosas consultas privadas. Tal vez éste sea el origen de todo.

Aunque el verdadero virus, ése que es tan silencioso, no es otro que el conformismo. Todos lo llevamos dentro: lo introduce en nuestro organismo la propia sociedad, a través de las pasarelas de moda o las campañas de publicidad –entre otros- cuando crean estereotipos que diferencian a unas personas de otras. Tarde o temprano se activa en todos y cada uno de nosotros, basta con ponerse delante de un espejo para saber en qué estado se encuentra y qué antídoto hay que aplicar. Algunas personas se curan haciendo deporte, comprando zapatos y bolsos o celebrando victorias deportivas en las que no son partícipes físicamente, pero sí de corazón. Otros también lo hacen mirándose dentro de sí mismos, donde nunca creyeron que había nada que ver.

http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/58614

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