El antifaz


Soy perfectamente consciente de haber nacido en unos tiempos en los que sólo se trata con seriedad lo que carece de interés, por lo que me aterra la posibilidad de que me malinterpreten.
(Oscar Wilde)


Es comprensible que la realidad no siempre sea de nuestro agrado, pero resulta absurdo pensar que al cerrar los ojos o mirar hacía otro lado nuestra realidad vaya a cambiar sólo por ello. Suspiramos por el aire fresco cuando el calor nos ahoga, y anhelamos los rayos de sol cuando el frío nos ata una bufanda al cuello. La incoherencia es una virtud que forma parte de nuestra rutina habitual; el defecto es la hipocresía, cuando los hechos no se corresponden con las palabras que habitualmente se predican.

Los años juegan en nuestra contra y nada es para siempre. Se trata de mojarse y tirarse a la piscina, o subir en una bicicleta y recorrer el camino que conocemos desde otro punto de vista. Quizás en aquello de la comunicación lo más importante no sea la dirección, sino la verdadera intención. La grandeza del silencio no es encontrarlo en la soledad de uno mismo sino saber manejarlo en medio del caos.

Y aunque eso de la crisis sea para otros, excepto la económica, en época de bonanza conviene mantenerse en el ámbar de la realidad, pues de lo contrario se corre el riesgo de que en algún momento uno de los dos, el rojo dilapidario de la pasión o el verde esperanza de la sinrazón, se quite el antifaz y nos deje desnudos frente al espejo ante la misma pregunta y diferentes arrugas: ¿Otra vez?

Es tan corto el amor, y tan largo el olvido, decía Neruda. Y es que el agradecimiento envejece rápidamente, como dijo Aristóteles, con mucha razón.

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