No tengo tiempo

Se levanta de la cama, comienza un nuevo día. Casi siempre con prisa se prepara el desayuno y sale por la puerta en busca de su rutina.

Cuando hay sol y tiene tiempo, prefiere pasear por las aceras y alternar recorridos, intercambiar miradas de resignación con los peatones y saltarse algún que otro semáforo en rojo para llegar puntual al trabajo. Pero casi siempre termina cogiendo el metro, perdiéndose la música de los árboles a su paso para terminar escuchando cualquier canción dentro de un tren, frente a las mismas personas cada día.

Cumple religiosamente su horario e incluso se ofrece de forma voluntaria a hacer horas extra y solidarizarse con la empresa en los tiempos que corren –eufemismo de ‘no quiero que me despidan y hago lo que sea, incluso trabajar’-, ajustando al máximo su agenda que le impide hacer vida social.

Intenta aprovechar sus horas libres para relacionarse, pero casi siempre todo su círculo de amistades tiene otros planes diferentes a los suyos: quién no se ha casado –y con esto de casarse parece que el mundo depende de una sola persona; tu pareja-, ha perdido el contacto de forma sutil o muy directamente le ha mandado al carajo y todavía no lo ha asumido, o bien está en proceso de asimilarlo y ‘ampliar su círculo de amistades’ es la solución… como si tuviera muchas opciones entre las que elegir.

Y cuando por fin se lanza al vacío y contacta a varias personas que le resultan interesantes en el virtual mundo de Internet, cuando en ese instante el miedo y la vergüenza se apoderan de su ser y alguien de repente le propone algo… resulta que no tiene tiempo.

Se levanta de la cama, comienza un nuevo día…

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