El Sudoku

omo cada mañana poco antes de las nueve, se encontraron en la estación de Sagrera, en el andén de la Línea 1 dirección Fondo, unos centímetros más cerca el uno del otro que el día anterior.

Los dos habían vuelto a sobrevivir a la carrera que cada día se organiza –sin mucha organización- en las escaleras que comunican las líneas 1 y 5. Los dos, con una sonrisa dibujada en el rostro, se tomaban la carrera como un juego cada vez que coincidían en el pasillo, pues sin comunicación alguna comenzaba entre ellos una carrera personal que ambos querían ganar, y eso los alejaba del malestar y las quejas por parte de los otros usuarios del metro entre sí.

Una vez dentro del vagón, ella leía, casi siempre algún libro de autoayuda; él sin, embargo, se entretenía rellenando sudokus cada día. La primera vez que se sentaron juntos ella se quedó impresionada con la capacidad de ese chico, cuya mente debía ser privilegiada para completar con tanta rapidez un pasatiempo que ella ni siquiera comprendía. Él, absolutamente concentrado, apenas la miró nunca. Cuando llegaba su parada se levantaba a toda prisa y ella siempre se preguntaba si al día siguiente volverían a encontrarse.

Después de una semana ella decidió que había llegado el momento de ser valiente y conocer mejor a ese chico, el que hacía que sus primeros minutos del día fueran a menudo los mejores, porque aunque no lo conocía su instinto le decía que era el chico que siempre había estado buscando. Estaba desconcertada; no entendía porqué aquel chico parecía sentir la misma atracción que ella antes de subir al vagón, y después se mostraba con total indiferencia, siempre tan concentrado con los sudokus.

Al día siguiente, después de toda la liturgia diaria y una vez dentro del vagón, se acercó al chico, reclamó su atención con un saludo y él, por primera vez, la miró fijamente a sus ojos. Ella, bastante nerviosa ante la atenta mirada de ese chico, cuyos ojos azules parecían estar desnudándola por dentro, sacó del bolso un libro de sudokus y se lo ofreció.

- Si consigues resolver todos estos sudokus para mañana cuando volvamos a vernos, te invito a un café – le propuso ella, con total seguridad en su reto y en que el chico iba a conseguirlo.

El chico esbozó una sonrisa, cogió el libro, lo hojeó e hizo ademán de devolvérselo.

- Te lo agradezco, pero no tengo ni idea de cómo se resuelve un sudoku. Llevo todo este tiempo rellenando las celdas con cualquier número, únicamente porque estaba nervioso; me sentía incapaz de mirarte fijamente a los ojos, acercarme y decirte algo para conocerte. Supongo que no me he ganado ese café, pero dime, ¿al menos puedo saber tu nombre?
- Susana – respondió ella, sorprendida y con una enorme sonrisa cómplice. ¿Cómo te llamas tú? – le preguntó con más interés aún.
- Llámame cariño –respondió él.

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