La fábula del castillo de arena

En la playa de la Barceloneta, un sábado de primavera un padre se dispone a dar a su hijo una de las clases más importantes en la vida de todo hombre: construir su primer castillo de arena.

El niño se había quedado maravillado con el castillo de arena que, además, incorporaba todo un parque a su alrededor, y hasta un pequeño lago de agua natural que su creador, que cobraba en el paseo marítimo por cada foto que se hacían los turistas, se encargaba puntualmente de ir reponiendo.

El padre, cuyo objetivo era tener entretenido al niño y adoptar cuanto antes la postura de hombre separado que educa con valores a su hijo, guardaba tres libros diferentes en la mochila (uno de Luis García Montero y otros dos de Carlos Ruiz
Zafón y el último de Stieg Larsson) para sacar el que más le convenía según el perfil que sacaba de la chica que le interese en ese momento.

El niño que con seis años todavía no había leído un libro, como el padre con 40, recibió instrucciones muy precisas de su padre:

- Hijo mío, el secreto está en la proporción correcta de agua y arena.

El niño, que por supuesto no entendía nada, empezó a hacer lo que buenamente pudo. Y como buenamente pudo hacer bien poco, se dedicó a seguir preguntando al padre, hasta que éste, cansado, decidió invertir totalmente en su hijo durante un tiempo, para que éste dejase de molestarle, y mientras su hijo conseguiría hacer por sí mismo un gran castillo de arena, él podría seguir observando el mercado de chicas aparentemente solteras.

Los dos trabajaron juntos, codo a codo. El niño escuchó atentamente y puso en práctica los consejos que le dio su padre, que a su vez recordó su etapa de la infancia cuando él era el niño... y su padre, que también miraba a las chicas aparentemente solteras.

Después de cavar un hoyo en una superficie de arena que estaba constantemente mojada, cerca de la orilla, ni muy cerca de la orilla para impedir que las olas les molestasen, ni muy lejos para no cavar un hoyo demasiado profundo. Arrastraron los montones de arena mojada del fondo y comenzaron a construir el castillo, mientras lo iban modelando.

El castillo, al final, quedó bastante bien para el poco interés que puso en realidad el padre, que pensó en el lado positivo de lo que él había considerado una pérdida de tiempo, pues seguro que alguna de las chicas aparentemente solteras de la playa estaría fijándose en tan noble acto, de un padre ayudando a su hijo en algo que no conoce, y que probablemente le servirá en el futuro para ser constante y conseguir aquello que se proponga.

El hijo, muy contento después de haber hecho su primer castillo, se fue a dar un chapuzón y jugar con otros niños de la playa. Casualmente hizo amistad con una niña que había venido sólo con su madre, y el padre aprovechó la ocasión para
entablar conversación con ella mientras los niños jugaban. Cuando al poco rato de tener confianza se preguntaron por su situación de padres solteros, él le dijo que era viudo. Ella, que ya le consideraba un hombre interesante (puesto que
casualmente leía a Carlos Ruiz Zafón, su autor favorito), ahora además sentía lástima por el suceso de ese hombre tan joven.

Al poco rato barajaron la posibilidad de ir a comer juntos, con los niños. Enseguida él llamó a su hijo, a lo que éste no estaba dispuesto a marcharse tan pronto, pues había hecho su primer castillo de arena y quería seguir disfrutando de él,
consciente de que no podía llevárselo a casa. Protestó enérgicamente ante la insistencia de su padre, primero con la voz suave y prometiéndole un regalo, después con un tono más serio y, finalmente, pisando y destrozando su castillo en un
torpe e inesperado tropezón, cuando la mujer y su hija no estaban mirando.

- Lo siento hijo, he tropezado, pero te prometo que mañana volvemos y hacemos un castillo más grande - le dijo para consolarlo, y terminar de convencerlo.

El niño no entendía nada. Sólo recordaba la ilusión y el trabajo que había puesto en construir su primer castillo de arena, la ayuda y el apoyo de su padre, que fue el que al final acabó destruyéndolo con tal de no escucharlo quejarse más. Lo
único que acertó a decir en ese momento fue:

- ¡Jo! Pero si mama nos dijo que vendría a buscarnos dentro de dos horas, ¿por qué nos vamos ahora?

Esa frase, ante la mujer y su hija que en esta ocasión sí estaban delante escuchando la conversación, lo cambió todo.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio

Blogger Template by Blogcrowds